El “Hernando Siles”, el estadio de la capital boliviana, debe ser conocido por media población futbolera del continente por su misticismo y por el temor que genera en los equipos que lo visitan por su ubicación, a 3.650 metros sobre el nivel del mar, donde la pelota no dobla y falta el aire. Lo que no todo el mundo conocía o había visto era a un equipo argentino salir a plantársele de igual a igual a The Strongest en esos primeros minutos de partido en los que se suele decir: “hay que economizar esfuerzos”.
Atlético arrancó el duelo con un tubo de oxígeno extra, que trajo desde Tucumán, que le permitió evitar que el local lo lastimara. Y tras 90 minutos memorables, otra vez hizo historia. De la grande. El aire extra lo aportó Nicolás Romat con su golazo tempranero desde más de 30 metros. Su presencia fue escondida por Ricardo Zielinski y terminó haciendo un partidazo. Ese 1-0 fue un claro mensaje para el “Tigre”. Atlético sabe jugar partidos complicados.
Alejandro Melo también colaboró con un desborde tan peligroso como los que podría hacer en el llano (nunca tan valorado como ayer) del Monumental. Le faltó precisión para asistir con centros, pero finalizó una jugada que el arquero José Peñarrieta sacó al córner. Lo mismo hizo Luis Rodríguez, en lo que ya parecía un festival de tiros de media distancia.
Sin embargo, el único que logró voltear las latas del concurso en el festival del primer tiempo fue Romat. Pero -siempre hay un pero-, a pesar de una floja tarea defensiva, el local no bajó los brazos. Entonces llegó al empate, de atropellada. Edis Ibargüen igualó con un ¿espaldazo? al mejor estilo “Murciélago” Graciani o Hugo Guerra en los ‘90, justo cuando faltaba poco para el final del primer tiempo. No faltaba nada, aunque para los atacantes locales esos tres minutos de extensión fueron una vida por las chances de gol desperdiciadas, para suerte de Atlético.
Después hubo otro festival: el de los palos. Varias pelotas se estrellaron en los laterales y salvaron a Augusto Batalla y a Atlético de una derrota transitoria y posiblemente definitiva. En ese momento de ataque, el peor de uno y el mejor de otro, llegó el gol del menos pensado. Un gravísimo error (otro más) de Gabriel Valverde dejó mano a mano a Favio Álvarez que, de emboquillada, definió sin suerte. La pelota picó y se estrelló en el travesaño. Por suerte, Javier Toledo eligió esperar y de palomita marcó el 2-1. Atlético volvía a vencer parcialmente a The Strongest. Acariciaba la historia porque salvo Boca en 1965, hace 53 años, ningún otro equipo argentino había vencido al “Tigre” desde entonces en La Paz.
La pregunta retórica sería, ¿por qué descreer de que sí se podía ganar ayer? La hazaña en Quito (1-0) fue una muestra muy importante. El comienzo del partido con Wilstermann también, pese a que Atlético perdió (2-1).
Hoy será cuestión de afirmarlo de una buena vez: así como Ayrton Senna -a diferencia de todos los otros corredores- corría excelentemente bajo la lluvia y con pista mojada, a Atlético la altitud no le cae nada mal. Es un equipo que juega bien en cualquier terreno porque tiene altura propia.